Sábado 23 de marzo de 2013
Tras pasar por las islas de Nicobar seguimos navegando varios días hasta llegar a Colombo, la capital comercial de Sri Lanka –el país que hasta 1972 conocíamos por Ceylan y que anteriormente tuvo varios nombres, uno de ellos Serendib, de donde viene nuestra palabra serendipia.
Habíamos estado tanto en la isla de Sri Lanka hace aproximadamente treinta años y vimos cosas muy interesantes, como por ejemplo los grabdes budas esculpidos en la roca de Gal Vihara, en la población de Polannaruwa, o el desfile de más de seiscientos elefantes den la ciudad de Kandi, o la roca fortaleza de Sigiriya, excelentes playas,… Incluso tuvimos la enorme suerte de llegar a Kandy el día que se celebraba para parada de los elefantes y pudimos ver el grandioso desfiles de los elefantes adornados e iluminados. ¡Precioso! También estuvimos en espectáculos de danzas cingalesas, vimos andarines sobre fuego, personas que se colgaban de unos anzuelos cosidos en su espalada, etc, etc.
Roca de Sigiriya. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported
Si todo es tan interesante, pueden preguntase ustedes, entonces ¿por qué mi promesa de no volver? La respuesta es que por el aceite coco. Toda la comida la preparaban con aceite de coco. El primer día me resultó un sabor agradable aunque un poco dulzón, el segundo empezó a resultarme monótono el saborcillo dulzón del aceite de coco,… Intenté no comoer nada que tuviera aceite. Pedía arroz blanco sin nada: ¡blanco! Y me trajeron arroz blanco adornado con aceite de coco «para darle un poco de sabor». Harto vi en una tienda que había galletas Cookies danesas. las compré. Y al comerlas sabían a aceite de coco. En la lata había una nota que decía que eran galletas para Ceylan hechas con aceite de coco…. Prometí no volver nunca más.
Pero, en esta ocasión el barco paró en Colombo y decidí volver a ver la ciudad y quizá descubrir rincones nuevos, eso sí, me prometí no comer nada por si las moscas –quiero decir por si la comida tenía aceite de coco.