A las 6:30 de la mañana ponen café «para madrugadores». Me he levantado a las 6:00 y me he ido a tomar el café, pero todavía no estaba puesto. El comedor estaba tenuemente iluminado pero las mesas estaban vacías. La decoración de barquitos de cristal se balanceaban al ritmo de las olas.
De fondo había una música «neogótica» –no sé como llamarla de otra manera– que profundizaba la sensación de soledad tranquila.
Todo está tranquilo.
Me fui a popa a ver amanecer. El Sol estaba debajo del horizonte pero ya empezaba a pintar de amarillo las nubes bajas. Poco a poco, el Sol se fue elevando y el brillo de los amarillos haciéndose más luminoso.
A lo lejos se oyen platos que chocan con un ruido apagado por la distancia. A mi lado suenan pasos delicados que van con miedo a estropear el amanecer. Enfrente un «gimnasta» hace delicados y lentos movimientos de algo parecido a un arte marcial asiático.
La música neogótica se trueca en un ritmo moderno.
Ya hay café. Cojo mi taza y voy a sentarme. Pasos. «Morgen». «Morning». «Buenos días». Gentes que van y vienen, algunos con bandejas en las manos, otros con bebidas, casi todos con café…
Una pareja me pide que les saque una foto en la que estén ellos y la estela del barco. Es para su hija a la que le gustan las estelas. Lo hago. «Muchas gracias». «De nada».
«Buon Giorno». El día a bordo ha comenzado.