10 de enero. A las 6:45 he ido a popa y he visto que allá en el horizonte las primeras luces del amanecer habían pintado de amarillos y rojos zonas de las nubes bajas, dejando en ellas franjas negras. Un poco más arriba estaba una delgadísima Luna menguante y debajo de ella estaba la única «estrella» que las nubes o la luz del Sol no habían borrado: Venus. El motivo de poner «estrella» entre comillas es bastante obvio, todos sabemos que Venus no es una estrella, es un planeta.
Si nos fijamos en el sistema solar tenemos al Sol y en orden de distancia los siguientes planetas: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
Es interesante observar que las órbitas de Mercurio y Venus son interiores a la de la Tierra. Es decir, que para verlos siempre tendremos que mirar a puntos no demasiado alejados del Sol. Sobre todo Mercurio pues su órbita tiene un «diámetro» mucho más pequeño que la de Venus. Realmente la órbita no es un círculo sino una elipse, por lo que no podemos hablar de diámetro. Pero lo dejo así para entendernos; además las órbitas de esos dos planetas aunque elípticas, no se alejan demasiado de la forma circular. Ese es el motivo por el que Venus se ve al amanecer y al anochecer; es decir siempre cerca del Sol. Al amanecer recibe el nombre de «estrella matutina» y al anochecer «estrella vespertina» y durante muchos siglos se pensó que eran estrellas distintas.