17 de enero de 2013
Para mí Barbados es uno de esos nombres con reminiscencias mágicas. Nada más escucharlo se agolpan en mi mente imágenes revueltas de barcos veleros, capitanes con pata de palo, loros, barriles de ron, trata de esclavos, piratas, tesoros escondidos…
El Barbados actual no es nada de eso, pero llegar a su puerto al amanecer tiene algo de mágico. Eran las 6 de la mañana y navegábamos al oeste de la isla. El Sol, con esa precisión matemática de los trópicos, no había salido, pero ya dejaba ver sus resplandores detrás de la isla (hacia el este).
Con una rapidez asombrosa para nosotros que habitamos en latitudes más altas, el Sol brilla mucho más hasta llega a aparecer resplandeciente tras las alturas de la isla.
Bajamos del barco y caminamos hacia la terminal portuaria:
En Barbados ya es de día. De fondo una orquesta de «tambores de ácero» nos da la bienvenida.