Dubái, revisitado (y 9): Algo más que nuevos ricos

La primera imagen que transmite Dubái es la de unos niños ricos a los que les gusta la arquitectura y han mandado fabricar unas maquetas de edificios curiosos; pero, como son niños, se olvidaron de que las maquetas son a escala —a pequeña escala— y han construido los edificios de verdad. Los edificios «más» algo del mundo. Burj Khalifa es la torre más alta del mundo. Burj Al Arab tiene la recepción más alta del mundo. El complejo comercial de Dubái (Dubái Mall) es el más visitado del mundo y el más grande en número de tiendas...

Cuando no logran descubrir en qué lo que han hecho es «más grande del mundo» buscan a ver si es el más grande de la península arábiga, sino de los Emiratos y por fin del propio Dubái… Y se lo dicen a Guinnes y les dan el diploma y figura en sus libros…

Asusta un poco la cantidad de mezquitas que han construido; se las han pedido a los mejores arquitectos y algunas son auténticas maravillas; aunque a los no islámicos nos está vetada la entrada. Acabo de recordar que la guía del «Big Bus» insistió muchas veces en que Dubái y Abu Dhabi eran muy tolerantes religiosos pues permitían que hubiera templos de otros cultos, como por ejemplo católicos; eso sí, en sus mezquitas —salvo contadas escepciones—, como prueba de apertura y de tolerancia, no permiten entrar a los no islámicos…

Sorprende, en un entorno tan moderno, encontrar muchas mujeres vestidas de negro de pies a la cabeza e incluso totalmente tapadas con burka. Supongo que es otra prueba de la tolerancia, a nadie se le obliga a ir vestido del modo occidental pueden ir con el traje tradicional… 🙂

Ante una pequeña crítica mía a la cantidad de mujeres vestidas completamente de negro,… una compañera de viaje me dijo que tampoco podían quejarse demasiado pues en sus casas, en fiestas que hacen con las amigas, lucen las joyas que tienen y los vestidos de marca,… Muchas joyas, muchos vestidos de Dior, Ives Saint Laurent, etc. Me daba la sensación de que envidiaba su vida, sobre todo por las joyas. Me sorprendió; yo que soy un poco más simple, me parece que las jaulas, aunque tengan barrotes de oro y estén adornadas con lámparas de diamantes, no dejan de ser jaulas; pero, claro, eso soy yo, que tengo un cierto ramalazo a la intolerancia. Ella se fijaba en que las varillas de la jaula eran de oro, yo en que era una jaula.

Por suerte para mí, sacrifiqué las compras en el «Dubai Mall», pues por muy grande que sea y muchas tiendas que haya no dejan de ser tiendas, de esas que se encuentran en todas partes desde Nueva York a Singapur pasando por Zurich,… y me fui a dar un paseo en dhow por la ría de Dubái; vi los dhows con su carga de frigoríficos, televisores y hornos de microondas y recordé las viejas aventuras de piratas de Emilio Salgari;  vi los embarcaderos; vi gente en sus barcas; en sus coches;… ví autobuses llenos de obreros; vi trabajadores en las carreteras; vi un precioso museo etnográfico; me maraville con las «torres de los vientos» y la inteligencia de los humanos de hace cinco mil años; vi un campamento simulado de beduinos, y me fui a corretear en 4×4 por el desierto; vi camellos y las flores del desierto —¡en el desierto hay flores—; vi… Sacrifiqué una comida en el Burj Al Arab a todo lujo y tomé un bocata de atún con mayonesa en Paul.

Por suerte, Dubái es mucho más que el delirio paranoico de unos jóvenes que de mayores quieren ser arquitectos. Dubái merece una visita más calmada que la que hemos hecho nosotros, pero probablemente, si volvemos, no nos verán en el «Dubái Mall», salvo para ver el espectáculo de luces en sus fuentes.

Nota fotos y texto. Salvo las fotos que tienen un agradecimiento específico, como por ejemplo Wikipedia, son nuestras y las licenciamos con
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